12 August 2009

Recordar la historia


No parece tan descabellada la idea propuesta en el post "Territorio Boinarrosca" de rescatar de la memoria y utilizar como reclamo turístico territorios con tanta carga histórica concentrada como Belchite: Cinco mil muertos en catorce días, cadáveres apilados que servían de parapeto, soldados desertando para conseguir agua para beber (la batalla fue en pleno agosto), padres luchando contra sus propios hijos y fusilamientos de ambos bandos por igual. En este caso, fueron los republicanos quienes bombardearon y sitiaron el pueblo, haciendo huir a los pocos nacionales que lo lograron hasta Zaragoza.


¿Acaso esta lección no debe aprenderse?. Pérez-Reverte critica cómo los sucesivos gobiernos destrozan la memoria a su conveniencia y por qué estos lugares históricos deberían ser conservados y su historia divulgada. No hay otra forma mejor de aprender, además, que una visita a cualquiera de ellos. Nadie que haya estudiado historia en el colegio recordará siquiera el nombre de Belchite, pero jamás lo olvidará si pasa por allí, especialmente en unas circunstancias similares a cuando aconteció la tragedia.

Comprenderá lo que es el Aragón profundo, las desérticas llanuras interminables sin lugares donde protegerse del sol o los enemigos, las temperaturas extremas que impiden cualquier intento de alcanzar otra localidad si no se dispone de agua y la crueldad de una guerra entre iguales.

Conocer estos lugares y sus historias es la única forma de sentir y aprender. Los libros por sí solos no sirven; eso lo sabemos ya todos.

Las lecciones aprendidas tras estas tragedias suelen acabar en las cosas más simples, que son las que olvidamos si no se nos recuerdan periódicamente. Basta leer las declaraciones de uno de los supervivientes de la Guerra Civil (vía diariovasco.com):
"Hay que enseñar la historia, decir todo lo que pasó: los unos fusilaron aquí a mil y los otros aquí a mil doscientos. Pero no para decir que unos estaban bien fusilados y otros no. No tenían que haber fusilado a nadie y punto. Todo eso hay que contarlo, para que los jóvenes sepan que la guerra es el mayor desastre. El general Villalba estaba en el ejército republicano y sus dos hijos en el bando nacional. Eso es la guerra: dos hijos luchando contra su padre".
"Cómo nos matábamos los españoles, Dios mío, con qué saña nos matábamos. A mí me tocó pegar tiros con 16 años, eso no puede ser".
La saña entre los españoles, buscando o inventando cualquier cosa que logre hacernos diferentes a todos, en vez de fijarnos en lo que nos une -que es mucho- sigue tan vigente como siempre.

Los españoles, tan necios, incultos y cortos de vista como hemos demostrado ser a lo largo de la historia, todavía creemos ver diferencias entre comunidades, lenguas, pueblos, barrios, partidos políticos y cualquier nueva invención que sirva para ocultar la única diferencia que existe entre todos nosotros: los que se tienen que ganar el pan con duro trabajo, ingenio y tesón y los que tienen la vida resuelta de principio a fin e independientemente de sus capacidades y esfuerzo.

Son precisamente estos últimos los encargados de que ésa, la única y verdadera diferencia que se ha mantenido entre los hombres a lo largo de la historia, quede eclipsada por cuestiones que, en el fondo, no tienen importancia ninguna.