Una simple tarea como, por ejemplo, coger un autobús urbano, sirve para radiografiar la cultura y forma de hacer las cosas de un lugar.
¿Cómo se hacen las cosas en buena parte de Europa central? Pensando en el usuario.
Por ejemplo, ¿dónde comprar o recargar los títulos de viaje? En las paradas donde se espera o dentro del propio autobús/tranvía. ¿Cómo pagar? Con efectivo, tarjeta de débito o de crédito. ¿Qué cubre el título? Una zona y un tiempo razonable para llegar de un sitio a otro (e.g., 1 hora), válido para todos los medios de transportes de la zona, da igual autobús, tranvía o tren. ¿Qué tecnología se utiliza? Generalmente, muy simple: un billete impreso que en muchas ocasiones no hace falta validar ni enseñar a nadie para poder acceder al medio de transporte, agilizando así todo el sistema.
San Sebastián, por el contrario, se encuentra en primera posición en la lista de los sitios más rocambolescos que he conocido en cuanto a formas de utilizar y pagar el autobús urbano.
Tras criticar a centroeuropa porque un billete ordinario de 1 hora para cualquier transporte cuesta 2€ (4€ el de 24 horas), uno puede subirse al autobús en San Sebastián y pagar con placer los 1,60€ que a día de hoy cuesta un billete ordinario para un solo viaje (sin trasbordos) en una ciudad que no llega a los 200.000 habitantes y con unas frecuencias de autobús bastante mejorables, por así decirlo.
Existen otras opciones más económicas, claro. Y aquí es donde empieza el circo. Se ha desarrollado todo un ecosistema de opciones y tarjetas varias que puede consultarse aquí. Las tarjetas acaban siendo una opción obligatoria para viajar de manera medianamente asequible.
El siguiente diagrama muestra algunas (no todas) de las opciones, agentes implicados, variables, etcétera.
No tengo tiempo ni ganas de entrar en detalles respecto a las opciones y posibles combinaciones, requisitos, etcétera... (les emplazo al enlace) pero echen un vistazo y verán la cantidad de opciones, tecnologías y agentes implicados (ayuntamiento, bancos, quioscos...) para ¡coger un puñetero autobús urbano sin que te estafen!
Si quieren puedo presentarles al dueño de un quiosco conocido mío y le preguntan qué opina acerca de competir contra su propio negocio haciendo de filial de la oficina de autobuses, ayudando a rellenar las tarjetas de solicitud, respondiendo a preguntas de los usuarios y obteniendo a cambio unos céntimos en cada recarga.
Hace no tanto tiempo, hacía falta tener una cuenta corriente en el banco local (Kutxa) para poder disfrutar de una tarjeta con la que esquivar el abuso del billete ordinario. Luego se implantó otro sistema de otra empresa de autobuses interurbanos (Lurraldebus) y convivieron ambos, con dos tecnologías diferentes en cada autobús. Ahora se ha sacado una nueva tarjeta de movilidad para toda Guipúzcoa. ¿Qué será lo próximo?
Todos estos sistemas se nos han ido vendiendo como mejoras al usuario, porque la tarjeta de contacto "mola más" y porque al hacernos un seguimiento personalizado pueden hacer ofertas de "cuantos más viajes hagas al mes, más barato te sale el billete". Pero seguimos subiendo por la puerta delantera, uno a uno, y picando uno a uno (a veces varias veces porque la máquina no funciona bien), haciendo las paradas interminables. Y seguimos sin poder recargar la tarjeta en la parada o en el propio medio de transporte, y sin poder pagar con tarjeta de débito o crédito. Si no te queda saldo, a pagar el billete ordinario. Y ojo, en efectivo y máximo una pequeña cantidad de euros. Si no, te quedas en tierra.
¿Quién se ha llevado (y se sigue llevando) la tajada? Creo que ustedes ya lo saben. Empresas locales o nacionales fabricantes de lectores, tarjetas, software... por supuesto adjudicatarias de concursos públicos de los ayuntamientos y gobiernos. Los dirigentes de turno se cuelgan la medalla y nos lo venden como maravilloso y único (¡ahora basta con acercar tu tarjeta a un lector para pagar!) cuando no han hecho sino reinventar la rueda de lo que ya lleva funcionando 5 años en la ciudad de la comunidad autónoma vecina. Desde cero. Pero made in Guipúzcoa (aplicable a cualquier otro sitio).
¿De verdad nadie mide el coste ya no económico (que también) sino mental de todos estos disparates? ¿La parálisis que sufre un país con estos temas más básicos? Aun no hemos terminado de probar un sistema y ya estamos pensando en otro nuevo, con otro logo. Una complejidad inmensa, un montón de agentes implicados (ayuntamientos, quioscos, bancos...).
Y todo esto, ¿para qué? Lo único que quiere el usuario es un sistema ágil, barato y sencillo. ¿En qué hemos mejorado con un sistema de tarjetas recargables tras otro respecto al bonobús de 10 viajes o el abono mensual que existían hace décadas y siguen existiendo en buena parte del mundo? ¿La ecología? ¿Sustituir el papel por un montón de máquinas electrónicas funcionando 24/7, tarjetas de plástico y de contacto con chip ha supuesto un gran logro?
¿De verdad toda ese gasto en reinventar la rueda cada pocos años no sólo ha hecho más complejo el sistema sino que ha acabado encareciendo el precio final del trayecto? Porque aparte de los costes de desarrollo y puesta en marcha, todos esos sistemas hay que mantenerlos, y hay unas cuantas empresas y salarios detrás de ellos.
Otro tema en el que nadie parece reparar es la privacidad. En los sistemas que conozco y he usado, las tarjetas son personalizadas. De manera que los sistemas almacenan todos y cada uno de nuestros trayectos (el momento y la parada en la que te subes, y también en la que te bajas en los trayectos interurbanos). Nosotros mismos podemos consultarlos en la web.
En definitiva, con la excusa de que cuanto más viajas más barato te sale o que es más chuli poder mirar en la web tus viajes, varias empresas privadas y/o organismos públicos tienen una radiografía completa de nuestros desplazamientos diarios en transporte público. Pero en temas de privacidad el malo oficial siempre es el de fuera, claro. Por ejemplo Google, porque captura paquetes aleatorios anónimos de Wifis abiertas sin permiso (algo que está implícito en la definición de Wifi abierto) para poder ofrecer un magnífico servicio de geolocalización gratuito sin necesidad de teléfono o GPS. Y la gente se echa las manos a la cabeza. Pero si nos ofrecen ahorramos unos centimillos a cambio de vender nuestra privacidad, entonces no hay problema alguno.
Estamos como una chota. Y en el resto de Europa lo saben perfectamente. Si eres usuario habitual te sacas un abono mensual, semestral o anual a precio más que razonable en 5 minutos en la oficina de transportes y te olvidas de todo el tema relacionado con el transporte. Si no eres, en la propia parada o dentro del bus o tranvía, con él en marcha, compras un billete sencillo, de día, o de varios días y eso es todo. Cuesta unos pocos segundos y el transporte no se interrumpe por ello ni se forman colas.
Y en otros países, donde si ni siquiera conciben la idea de un DNI, jamás aceptarían un sistema de seguimiento diario personalizado de tus desplazamientos en tranporte público. Y muchísimo menos en un lugar con la historia y precedentes de San Sebastián.
Saludos.
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