23 October 2012

Supernanny la fascista


Aquí existe un problema de base, y es que no se sabe diferenciar entre una cosa y la otra. Cualquier llamada al respeto a las normas o acuerdos, corrección de un comportamiento inadecuado, o el mero cumplimiento de lo establecido, se considera un "acto fascista".

Que todo debe consistir en diálogo y en escuchar a todas las partes, cualesquiera que sean y sea lo que sea lo que digan, para que cada uno consiga su parcelita de razón y no se frustre. Argumentando que todo es opinable y que hay que respetar todas las opiniones y actitudes. Y, muchas veces, que la razón o la verdad es proporcional al número de voces que la repiten.

Y ahora pregunto, ¿cuánta gente protestó cuando se declaró el estado de excepción y la intervención del ejército en el tema de los controladores aéreos?, ¿o eso no fue un acto fascista porque a usted, en ese momento, lo que le convenía a usted era que se garantizara el normal funcionamiento del espacio aéreo porque tenía que irse de vacaciones? Ya, claro.

Unos de mis programas favoritos es Supernanny en su versión inglesa. Creo que se puede aprender mucho de él a todos los niveles.

La conducta irrespetuosa, egoísta, narcisista y destructora del típico niño con síndrome del emperador, responde casi siempre a unos padres blandos, que no saben poner límites, que no hacen cumplir las normas, y que se demuestran vulnerables al chantaje emocional de sus hijos. Los padres acaban prestándole toda su atención y esfuerzos, en detrimento de los hermanos que se portan bien y tienen una relación sana con los padres. Por desgracia, suele ocurrir que esos hermanos buenos se sienten discriminados, porque los padres acaban dedicando más tiempo y recursos al hermano cabroncete. Así que acaban contagiándose de ese egoísmo y malas maneras del hermano cabrón, como mecanismo para llamar la atención de los padres. Y tampoco es raro que los hermanos acaben peleando entre ellos. En el fondo lo único que reclaman es ese cariño (absurdo, pervertido y desesperante, pero cariño al fin y al cabo) que proporcionan los padres y la familia, y una suerte de justicia e igualdad que quien ha tenido hermanos sabe que es la base de la sana convivencia.

Si los padres titubean o se muestran dudosos de lo que han construido (en un capítulo salía una madre llamando al abuelo-su padre-en cuanto surgía algún problema), demuestran que son completamente vulnerables a los chantajes y que ya no son padres, sino uno más de los niños.

Supernanny suele solucionar los problemas con lo que aquí llamaríamos actos fascistas y todos estamos encantados. El comportamiento del hermano cabroncete es ignorado y el cabroncete es tratado exactamente igual que los demás. Si no cumple con las normas de convivencia se le impone un castigo con el que no se hace jamás ninguna excepción, llore, patalee o apele al chantaje emocional más duro. Durante el resto del tiempo, se les presta la suficiente atención, con un trato correcto y alegre, y se pasa tiempo con ellos, haciendo cosas entretenidas, positivas y que refuercen los vínculos de unión. Luego cada uno se desarrolla como quiere, pero sabiendo convivir.

Las normas se pueden cambiar, pero siempre que se discutan entre iguales, que beneficien a todos y que se razone y se justifique por qué se va a estar mejor después que ahora. Mientras tanto, las normas han de cumplirse o la convivencia es imposible. Negociar con un niño inmaduro, chantajista y caprichoso no tiene ni pies ni cabeza, no digamos ya exhimirlo de las normas, o jugar a que forma parte de la familia para lo bueno y los derechos, pero no para lo malo y las obligaciones. Eso siempre deteriora y destruye la convivencia de todo el conjunto.

No hace falta hacer una carrera en ciencias políticas (vomitivo término) ni un máster en sociología. Basta con ver un par de capítulos de supernanny y con hacer cumplir las normas. O cambiar las normas para que se ajusten a una nueva realidad o deseo de convivencia, pero en todo caso, que esas normas sean aceptadas y respetadas.

La verdad es que no entiendo cómo permiten echar esos programas por televisión. Seguro que la ley de la memoria histórica lo prohíbe. ¡Supernanny fascista!

Saludos.

1 comment:

Jorge Campo said...

Seguí hace tiempo la supernanny inglesa y la verdad es que en general se adecua bastante al modelo de modificación de conducta con el que me siento identificado.
El programa me resultaba muy apetecible y bien llevado.

Por contra, cuando aquí salió la versión española, la "cosa", pues no tiene otro nombre, se tornó en mala leche viendo como esta mujer se dedica a aplicar un conjunto de técnicas, a veces bien y otras muchas a boleo, sin ton ni son.
Aún así, resulta también en este caso infinitamente mejor que esos padres a los que visitan y desconocen la necesidad de control de sus niños.

Hace años también se presentó por televisión un caso bastante interesante en el que ambos hijos (niño y niña) resultaban lo peor de lo peor. Pocos meses después esos mismos niños resultaban encantadores, ayudaban en las tareas de casa y admiraban a sus padres y todo ello de una forma genuina.

En realidad es impresionante como un buen programa funcional puede cambiar la conducta. Luego ello te lleva a "descubrir" nuestros prejuicios y nuestros etiquetados en "buenos y malos", como si fuera un demonio que el niño tiene dentro.

Estos programas tienen en definitiva la virtud de enseñar que este tipo de dicotomías, etiquetados e identificación de los mismos en "el interior" de las personas, son ideas erróneas con las que convivimos sin prestar la atención necesaria.

De ahí que una buena educación (en un sentido amplio) creará sociedades mejores. Y todo ello sin olvidar que no se trata de sociedades sin amor, sino de sociedades en las que hay amor precisamente porque se conoce cómo funciona el comportamiento humano.