05 December 2012

País de envidiosos


Hace tiempo llego a mí una oferta de formación especializada sobre un tema de mi campo. La idea era hacer un curso de un año, a distancia, para certificarse. El curso era difícil, requería un compromiso y dedicación, y había ejercicios semanales con fecha estricta.

Hasta aquí bien, con dos salvedades. La primera: la formación era remunerada. Sí, en vez de pagar, se cobraba; y muy bien, además. La segunda: hacía falta un escrito por parte de tu empresa o institución, reconociendo que no había ningún problema en que lo hicieras. Por el tema del compromiso serio, más que nada, para que no interfiriera con tu trabajo (aunque el horario era libre y la dedicación no muy alta).

Cuando solicité ese escrito a mi institución y lo planteé como formación, aparentemente no hubo problemas, pero se me requirió información más precisa. Puro cotilleo, vamos. Que cuántas horas eran, etcérera. Al enviarles la información, gran error, comenzó mi calvario porque descubrieron que era remunerada.

De repente, y a pesar de que no interfería con mi horario laboral (pues era horario libre) y era claramente formación, pasó a ser considerada un trabajo, y empezaron a buscarse todos los mecanismos para evitar que accediera a tan jugosa oferta. La maquinaria de incompatibilidades del sector público comenzó a actuar sobre mí, a pesar de que muchísimos empleados y compañeros tienen empresas spin-off y realizan otras actividades remuneradas claramente lucrativas. Pasé por 5 ó 6 personas, de las cuales ni una sola se dignó a firmar un mísero papel que pusiera que no había problema en realizar un curso a distancia, online, con horario libre y donde la dedicación estaba explícita y era perfectamente compatible con mi puesto. Hasta el abogado de la institución estudió mi caso.

Fue un proceso dantesco en el que sentí una impotencia difícil de describir. Se notó, claramente, que no sólo no había voluntad alguna en darme aquel escrito, sino que un equipo de gente se había puesto a trabajar activamente para que no lo consiguiera. El "análisis" de incompatibilidades del abogado era tan de risa, que yo mismo miré las normas en las que se basaba su justificación y ponía explícitamente que el Personal Docente e Investigador (PDI) estaba exento en este caso por tratarse de formación relacionada directamente con su campo y suponer una mejora para el mismo. Con un contrato de investigador en la mano se me llegó a decir que yo no era PDI, porque aunque PDI llevaba la palabra "investigador", en realidad PDI significaba "profesor".

La aventura fue completamente dantesca y que yo no lograra mi objetivo llegó a considerarse un reto personal, y la mejor prueba fue que una persona (no PDI) llegó a decirme por teléfono, "mira, yo estoy aquí en este despacho atado de por vida y no puedo ganar dinero con ninguna otra cosa, ni abrirme una empresa ni nada, ¿te crees que tú si vas a poder?".

El tema es que el escrito era urgente, ya que si no no podía siquiera echar la solicitud. Mi último recurso fue solicitar por escrito, firmado con nombre y apellidos, la denegación del permiso y las razones explícitas que se alegaban; esas que me habían dado por teléfono y por e-mail (y que no tenían ningún sentido).

A partir de entonces empezaron las malas caras, los sudores fríos ante mis llamadas por teléfono, la falta de disponibilidad repentina, hasta tal punto que se me envió un frío e-mail diciendo más o menos que no querían volver a saber nada más sobre mí y que para cualquier trámite acudiera al mecanismo oficial habitual (entregarlo por registro a traves de las oficinas centrales situadas en otra ciudad, etcétera). Sabían que era urgente y de esa manera no me daría tiempo. Pero nadie, absolutamente nadie, se mojó personalmente ni para firmar la conformidad ni tampoco la negación.

Pocas veces había sentido, ya digo, tanta impotencia e indignación. Ni, he de añadir, tanta eficiencia y coordinación de media docena de personas para un solo objetivo: buscar cualquier resquicio para que una persona joven, con formación avanzada y ganas, y estando en pleno derecho, no pudiera acceder a una oferta de formación especializada solamente porque estaba muy bien pagada.

La envidia personal más insana, institucionalizada en una lucha imposible de David contra Goliat. Esa envidia que impide a los que quieren evolucionar y mejorar libremente basándose en sus méritos lo hagan. Esa misma envidia que hace que este sea un país tremendamente mediocre casi por decreto y que elimine cualquier energía, pasión y gusto por hacer bien tu trabajo.

Saludos.

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